Algo cansado de andar, llegas a la playa tarde. Te dejas caer en una hamaca y el sol de media hora antes del crepúsculo te invita a beber de su licor. Y cierras los ojos y mientras libas el néctar del astro, sin saber cómo ni por qué, tu cuerpo arde y flamea y se deja arrullar por el vaivén infinito del deseo. Y las olas incansables e infatigables de un mar de inquietud te anegan de murmullo y de misterio, y tu sueño baja a la inmensidad, donde tal vez encuentres peces o algas de colores brillantes que entre sus brazos acaso porten perfumes de ocaso....


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