Paudelleida
Disparando

Estaba pasando por una mala época en mi desestructurada vida. La verdad es que desde el punto de vista anímico veía la vida borrosa y como desenfocada. Se me encendían las luces ambar de aviso de caída a un pozo profundo y sin salida. Mi mujer me había abandonado por otro hacía cosa de un año, llevándose con ella a nuestros dos hijos. Y para más inri hacía unos meses que debido a la crisis del covid, la empresa en la que trabajaba havía hecho reducción de plantilla y me había tocado a mí. Iba sin rumbo por la vida, dando tumbos y empujado por el viento, como las plantas ésas que arrastra el viento del desierto en las pelis del Oeste. En las contadas ocasiones en las que conseguía una conquista de una noche no daba la talla, ya que debido al estrés, me había vuelto impotente (irónicamente la empresa en la que había trabajado fabricaba preservativos, consoladores y juguetes sexuales varios) Mi miembro, supuestamente viril, era una especie de salchicha blandengue.
Para acabar de complicarlo todo me había dado a la bebida, me estaba autodestruyendo a marchas forzadas y solía pasar el día durmiendo la mona sin hacer nada de provecho. La noche anterior había sido una de estas ocasiones en que solo y deprimido había ingerido cantidades exorbitantes de alcohol barato; una botella de ginebra de garrafa, media botella de whisky nacional matarratas y una docena de latas de cerveza San Miguel. Me desperté a las 6 de la tarde, aturdido y sin ubicarme. La cabeza me dolía horrores y unos clavos al rojo vivo me traspasaban el cerebro. El ambiente de la habitación estaba sobrecargado y apestaba a alcohol, a sudor y a vómito. La atmósfera era tan densa que se podía cortar por la mitad con un cuchillo, igual que se hace con un melón. Me levanté tambaleante, descorrí las cortinas y abrí la ventana para airear el ambiente. Tomé una determinación y me duché, me vestí con ropa limpia y me tomé un café solo muy cargado acompañado por cuatro aspirinas. Por suerte todavía podía enderezar mi deprimente existencia ya que había tenido la suficiente lucidez para no traspasar la barrera de las drogas, por ahí no pasaba. Así que salí a la calle, mirando de dejar atrás mi borrosa y desenfocada manera de ver la vida y me propuse centrarme en un objetivo para emerger de este marasmo. Como por ensalmo ya empecé a verlo todo claro, lo veía todo enfocado, aunque las luces ambar seguían encendidas a modo de advertencia.. Por fin ya tenía un objetivo perfectamente definido y nítido en la vida (como suelen serlo los Carl Zeiss en el campo fotográfico) y hacia él encaminé mis esperanzas y mis pasos.

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